La gran mayoría de empresas que surgieron hace un par de décadas en torno al software libre lo tuvieron bastante claro desde el principio: se puede hacer dinero entendiendo el software como un servicio, es decir, dando un soporte continuado a sus clientes, mantenimiento especializado, formación, etc. Lo vemos en muchos otros campos: cuando vamos al dentista no estamos pagando el composite de los empastes y el desgaste de los tornos, estamos pagando por el servicio de tener nuestra dentadura en condiciones. Otro caso muy claro es el de los abogados: el código civil y el código penal están a disposición de quien quiera leerlos e interpretarlos, pero solemos preferir contratar a un abogado para que coja el código fuente de la legislación y nos preste sus servicios como experto. Las leyes están ahí, para que cualquiera las lea, pero se ha creado un buen modelo de negocio en torno al servicio de lidiar con ellas, de forma parecida a lo que ocurre con el software libre.
Poco a poco, mastodontes del software como IBM o Sun han ido entendiendo este cambio de concepción. Otras empresas enormes, como Microsoft, han tardado mucho más en hacerlo, aunque en este caso responde a una razón bastante lógica: a nadie le gusta matar a la «gallina de los huevos de oro». Microsoft ha hecho muchísimo dinero vendiendo cajas envueltas en celofán con una licencia de uso dentro (aunque no lo parece, juasss), es normal que no quieran escuchar las predicciones agoreras de los oráculos de Gartner. Pero tampoco son impermeables al mercado y no pueden permitirse perder su hegemonía por no darse cuenta del cambio de paradigma.
La mayor amenaza de Microsoft ha venido en forma de letritas de colores. La gran G nació siendo un servicio (un buscador) y ha ido ampliando su oferta a muchos otros servicios (mapas, publicidad, e-mail, ofimática, fotografía, etc.). Todavía le queda mucho a Google para convertirse en el nuevo Microsoft, pero está claro que ha sabido adaptarse a la nueva ola mucho mejor que la empresa de Redmond.
Incluso «monopolios emergentes» como Ubuntu, han nacido con esta concepción, el software es un servicio y el negocio está en todo lo que rodea a ese servicio.
Si Google, Microsoft, IBM, Sun, RedHat, SuSE, Ubuntu y la mayoría de las empresas de software libre tienden a una concepción del software como servicio, habrá que ver cómo regular esos servicios y cómo queremos que estas empresas nos presten sus servicios. A esta misma conclusión ha llegado Gabriel Burt, ingeniero de IBM, y ha comenzado a redactar los primeros esbozos de la FSL, la Licencia de Servicio Libre, algo parecido a la GPL, pero orientada a servicios. Según Burt, un servicio cumplirá con la FSL sí:
- 0. Utiliza solamente Software Libre.
- 1. Utiliza formatos estándar y abiertos siempre que sea posible.
- 2. Permite exportar sus datos de forma simple y sin coste para hacer copias de seguridad o transferencias.
- 3. Mantiene la información en privado salvo permiso expreso.
- 4. Borra todos los registros de un usuario después de N horas/días de que su cuenta se haya cerrado.
- 5. No almacena información de indentificación personal.
- 6. Limita la responsabilidad del proveedor.
- 7. Protege los derechos de marca del proveedor.
También está pensada un LFSL (en la línea de la LGPL), que permita pasar por alto el punto cero (Utiliza solamente Software Libre).
¿Es una «idea feliz» o tiene sentido una FSL?
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